"El ser humano... es extraordinario". Nos ponen un anuncio, como otro cualquiera, en el que la marca
Acuarius nos habla de una radio, "La
colifata", que utilizan como terapia para un manicomio. Es una de las pocas veces en las que estoy de acuerdo con un anuncio. Sin duda, el hombre es extraordinario. Y cada
día lo puedo ver y corroborar. Debido al trabajo que realizo, veo como todos los días, sin esperanza de mejoría, cerca de un centenar de personas se enfrentan a un nuevo día con alegría y valor. Saben, en su mayoría, de su problema... lo conocen y asumen, pero aún así, nunca pasan por delante de mi despacho sin darme los buenos días... no os
podéis imaginar como puede
reconfortarme cómo se les ilumina la cara cuando les contesto con una sonrisa y siguen su marcha felices. Entonces piensas en esas personas que son infelices porque les falta el televisor de plasma, el coche potente en el garaje que no tienen, la ropa del cocodrilo que tiene el compañero de la mesa de al lado, la mísera cultura del materialismo.
Evidentemente, cuando empecé con este trabajo, me resulto muy duro ver como personas, con sentimientos como todos, necesidades como todos y vicios como casi todos, estaban atados sin escapatoria a un aparato en ocasiones torturador como es una silla de ruedas. Pero con el tiempo, dejé de ver las sillas de ruedas, las camillas, las muletas... y empecé a vislumbrar a las personas que había en ellas. Como todas las personas que conocemos a diario, las hay buenas y malas, con buen corazón y mala ideas, con intenciones honestas y con la maldad como ese brazo prolongado de la frustración. Este fue el momento en que me di cuenta de que un minusválido (lo que hoy en día se llama "persona dependiente"), con todos los
prejuicios que tiene la sociedad en la que vivimos, no son más que personas como cualquier otra (algunos nos llaman "verticales").
No hay cosa que más les moleste que se sienta pena de ellos. Es una
rebeldía que parece que va asociada a la enfermedad. Lo malo es que hay un pequeño porcentaje de ellos que lo explotan de una forma descarada, pero por desgracia, la fama hace que paguen justos por pecadores. Evidentemente, al no estar acostumbrados a tratar con personas que van en una silla de ruedas, en un principio nos causa cierto recelo y miedo a lo desconocido, por eso creamos una barrera involuntaria y en cierto modo agresiva. Lo podemos comprobar cuando nos encontramos de repente con una persona que tiene una mano de plástico o una pierna
protésica, no podemos evitar mirarlos de reojo como diciendo en silencio "mira ese, la mano es de plástico". En pocas ocasiones nos damos cuenta de que esa persona siente como se le clavan tus ojos a la altura en la que tienen el muñón.
Conclusión: las personas con minusvalía, no son más que personas que tienen a continuación de la palabra persona la preposición "con". Cuando paseo por la calle y veo a una persona que tiene cualquier tipo de minusvalía, por supuesto que en un principio la miro, pero a continuación dejo de mirarla porque no es más que una persona como cualquier otra con la que me he cruzado anteriormente. Aunque parezca duro, en la mayoría de la veces, por no decir todas, la indiferencia hacia ellos es lo que les hace sentirse realmente integrados. Con esto no quiero decir que no se les ayude, sino que sólo hay que prestarles atención cuando realmente lo necesitan y no cuando creemos que la necesitan. Su orgullo les hace pasarlo mal, pero con la pregunta mágica, todo se soluciona... "¿Necesita que le ayude?". Generalmente, las personas con minusvalía tiene la misma capacidad y mayor voluntad que cualquier persona con valía.