martes, 30 de noviembre de 2010

Mi limón, mi limonero

La historia que os voy a contar es totalmente verdadera, de principio a fin y desvela un gran secreto que ha hecho que fuera el hazmerreir de mi familia.

Había una vez un campo en el que había un limonero muy verde y espeso. El limonero vivía esbelto y feliz sin que nadie le hiciera mucho caso. No sabemos si por casualidad o por capricho de la naturaleza, el limonero nos quiso obsequiar un año con dos limones, los cuales estuvimos cuidando durante toda su maduración. Pero quiso también la madre naturaleza privarnos de dicho regalo cuando, por una tormenta, aparecieron los dos limones en el suelo sin haber madurado. Ese mismo invierno, un leñador inexperto y con muy poco conocimiento en todo lo relativo a la agricultura, tomo la decisión de podar el limonero como su entendimiento le aconsejaba. Desde entonces, fue la mofa de todo aquél que se encontraba con el limonero de frente, pensando que se parecía a cualquier árbol menos a un limonero.

Al cabo de los años, parece que el limonero se le pasó el enfado con el leñador desconsiderado y decidió obsequiarle con once nuevos frutos. Como en la ocasión anterior, la familia estuvo mimando y observando los frutos mientras maduraban, hasta que en un día, por motivos culinarios, se necesitaba un limón y decidimos coger el que vimos más maduro, siendo nuestra sorpresa... que no daba limones, sino naranjas amargas.

Con esto no quiero exonerar mi parte de culpa en el arte de podar los limoneros, pero que quede claro que si no daba limones no era por mi culpa.