miércoles, 16 de septiembre de 2009

Vacaciones en Tenerife (1ª Parte)


Hemos estado de vacaciones en Tenerife. Ha sido una semana muy bonita, ya que no hemos parado de ir de un sitio para otro, pero con una tranquilidad que ha hecho que este año no hayamos vuelto destrozados por el ajetreo. Llegamos a la isla el lunes 24 en un vuelo bastante tranquilo si no contamos con el aterrizaje… fue una verdadera montaña rusa. Cuando tomamos tierra nos pidieron que felicitásemos al copiloto porque era el primer aterrizaje que realizaba con pasajero. Nos quedamos todos mirándonos y creo que más de uno pensó en que había sido buena idea no decírnoslo antes. Cuando llegamos al hotel, siete horas después de haber salido de casa, nos encontramos con un lugar paradisíaco en lo relativo a la vegetación, ya que estaban todos los rincones ocupados por plantas tropicales, pero con buen gusto, sin estar tampoco asfixiadas unas por otras. Esa visión del Edén cambió cuando llegamos a nuestras habitaciones. Era un hotel con cerca de cuarenta años de antigüedad y con muy pocas reformas, por no decir ninguna. Las ventanas eran de madera sobre raíles de madera y los enchufes tenían la adaptación adecuada para los enchufes de 125 de nuestros abuelos. Pero al menos las camas parecían relativamente nuevas y la limpieza esta acorde con un hotel de cuatro estrellas. Una vez acoplados en nuestras habitaciones, dimos una vueltecita rápida por el hotel para familiarizarnos con el entorno, y digo rápida porque el horario de la cena era de siete a nueve y media de la noche, por lo cual, no nos podíamos demorar mucho. La cena no estuvo mal y el salón era amplio y el servicio diligente. Después de cenar nos fuimos a tomar una copita al bar de la piscina y a dormir que el día había sido muy largo.
El primer día completo en el hotel fue casi perdido, ya que tuvimos que esperar a la persona que venía de la agencia de viajes para darnos la charla típica de las excursiones y entregarle un justificante para la vuelta el lunes siguiente. Mientras mi mujer se quedaba en la charla con todo el mundo yo me acerqué a por el coche de alquiler que habíamos reservado desde Córdoba, que estaba en la otra punta del Puerto de la Cruz. Así, cuando llegué al hotel ya había casi terminado la charla y decidimos hacer un viaje en catamarán el viernes para ver ballenas y los acantilados de los Gigantes. El resto del día, como no nos daba tiempo para hacer muchas más cosas, lo dedicamos a conocer un poco el Puerto de la Cruz con su zona comercial y su paseo marítimo.
Al día siguiente, miércoles, fuimos al Loro Parque, un parque zoológico con unos atractivos muy distintos a los que conocíamos de Madrid o de Córdoba. Nos levantamos bien temprano y a las nueve de la mañana ya estábamos en la puerta de entrada. Lo primero que te encuentras es un poblado de Tahití con unas carpas típicas de esos lares. Luego te hacen la foto de rigor con dos loros y ya comienzas el viaje por el parque. Los primeros animales que nos encontramos fueron a los gorilas, uno de los cuales estaba utilizando un palo muy fino para sacar algún tipo de miel de un tronco. Mi mujer se sobresaltó, porque aunque estuviese el cristal de doce centímetros entre el animal y nosotros, este no estaba más lejos del cristal que un metro o metro y medio. No era un ejemplar pequeño, para nada, pero creo que a cualquiera le impresiona girar una esquina y encontrarte de cara con un gorila. Pero lo más impresionante de estos animales fue cuando vimos a un lomo plateado estirándose cuan largo era para desperezarse. Algo realmente impresionante. De aquí pasamos a uno de los sitios más atractivos del parque, al pingüinario, en que pudimos ver en su hábitat casi natural, muy bien recreado a base de temperatura, agua e iluminación, cinco especies distintas de pingüinos y a los pájaros monje, mucho más pequeños de los que aparecen en los documentales. Los pingüinos no hacían más que salir y entrar en el agua para asearse y había alguno un poco más descarado que se acercaba al cristal a mirarnos a nosotros como diciendo “que bicho mas raro hay al otro lado del cristal”. A continuación estuvimos viendo loros de todos los colores, tipos y tamaños alrededor de quince minutos. Mi hija y yo coincidimos en que al principio eran muy bonitos, pero cuando llevábamos veinticinco ejemplares vistos, ya cansaba un poco tanto loro. Un momento muy curioso fue cuando llegamos al orquidiario, ya que desde la entrada se veía la piscina de los cocodrilos y hubo una visión que nos llamó a los tres la atención: en el agua, dentro de la piscina y a través de los cristales, se veía la silueta de una pierna… humana!!! Al acercarnos pudimos comprobar que era de uno de los dos buzos que había dentro de la piscina limpiando el fondo y que los cocodrilos estaban en un aparte, los pobres, un poco apiñados y con esos ojitos de querer y no poder, con carne fresca tan cerca… Justo al lado de esta piscina tranquila con inquilinos dentados estaba el recinto de los suricatas, los cuales no pudimos ver porque personal de parque estaba en esos momentos limpiando dicho recinto. Pero creo que por ese preciso avatar, pudimos disfrutar de una de las visiones que más nos impresionó de todo el recorrido… Al pasar a través de una especie de túnel, nos encontramos de frente con un jaguar que avanzaba hacia nosotros con la mirada clavada en su “comida”. Mi hija y yo nos quedamos paralizados por la impresión de la visión, a la vez que nos dio un subidón de adrenalina y tras reaccionar, nos pusimos como locos a sacarle fotos desde todos los ángulos que podíamos. Impresionante. Como nos habíamos organizado los espectáculos cuando entramos al parque, nos fuimos a un anfiteatro a ver como unos loros hacían diversas actuaciones, desde contar a montar en bici y un espectáculo volador con varios ejemplares por encima de público. Ciertamente, vale la pena verlo, porque ver el arco iris de colores reflejado en las alas de esos animales pasando a un metro escaso sobre tu cabeza, sinceramente emociona. A continuación visitamos el acuario, repleto de animales tropicales, caballitos de mar, peces escorpión, pirañas y el nuevo túnel del acuario por el que surcaban tiburones, creo que tintoreras, además de algunos tiburones con bigotes muy graciosos que se tumbaban en lo alto del túnel. Nos quedaban tres cosas importantes por ver: la primera fue el espectáculo de las orcas. Creo que no he visto nada más emocionante en mi vida y lo digo en todos los aspectos. Cómo los adiestradores se metían en el agua con esos animales asesinos, no lo olvidemos, y la complicidad que emanaba de sus gestos, la dulzura que desprendían las orcas y lo majestuosas que pueden llegar a ser cuando salían del agua. A mí se me saltaron las lágrimas, sinceramente. Otro momento muy excitante fue cuando llegamos al recinto del tigre blanco, el cual tuvimos la suerte de verlo andando… Más de dos metros de felino con cerca de un metro de altura saltando un riachuelo artificial y subiendo por un tronco del que nos caeríamos más de uno. Pero aún así, a pesar de esa majestuosidad que demostraba a cada paso, tenía una cara tan dulce, que daban ganas de hacerle cosquillas en los carrillos. Nos tuvimos que entrar en el espectáculo de los delfines, el cual se hacía justo al lado del recinto del tigre blanco y mi mujer tuvo el acierto de indicarnos que subiéramos arriba del anfiteatro para poder asomarnos al recinto del tigre. Antes de que empezase el espectáculo de los delfines pudimos ver mejor que nadie como se tumbaba ese pedazo de tigre y se acicalaba las patas con sumo cuidado entre lametazo y lametazo. Una imagen realmente tierna, viniendo del animal que viene, ya que a poca distancia de donde estaba tumbado se hallaban los restos de un festín que se había dado, los huesos de unas costillas de buey o algo por el estilo, por el tamaño de dichos huesos. El espectáculo de los delfines, después de haber visto el de las orcas, a mi me resultó un poco ñoño, aunque no le quito el mérito que tienen estos animales y sus adiestradores, pero que me dejo como un poco indiferente. Cuando íbamos de camino a la salida del parque pasamos por el recinto de una tortuga inmensa, de verdad, muy grande y por la piscina de los leones marinos, los cuales no dejaban de dar gruñidos, parecían un poco enfadados. Y así es como terminó nuestra mañana en el Loro Parque, un lugar al que hay que ir sin ningún pretexto si se visita la isla de Tenerife. Por la tarde de ese miércoles nos fuimos a conocer la capital, Santa Cruz de Tenerife. Aparcamos en la Plaza de España y de ahí subimos a la zona comercial. Estuvimos paseando alrededor de una hora viendo tiendas, ya que mucha gente nos había dicho que era el sitio ideal para hacer las compras de regalitos. Vamos a ver una cosa, la zona comercial de Santa Cruz no es distinta a cualquier zona comercial de cualquier ciudad de la península, con su Zara, Breshka, Punto Roma, Sprinfield, y demás tiendas por el estilo, por lo cual no le encontramos sentido a que estuviese identificada en los mapas como “Zona turística”. Eso si, descubrimos una cosa que nos pareció buena idea a los tres… recorrimos la ciudad montados en su nuevo tranvía. Teníamos la suerte de estar en una de las primera paradas de la línea más larga de las dos que hay en la ciudad. Así que decidimos montarnos y recorrer la ciudad de una forma más cómoda y sin perdernos. Descubrimos una ciudad de contrastes, pero de los más crueles, entre edificaciones nuevas y casi de lujo y casa de madera que apenas se sostenían en pie, debilitadas por el salitre y la falta de mantenimiento de sus inquilinos, además de una ciudad mucho más extensa de lo que nos esperábamos. Regresamos al hotel, nos arreglamos un poquito, cenamos, escuchamos un rato al cantante de turno y nos fuimos a descansar.